viernes, 9 de mayo de 2014

¿Los nacionalismos resucitan?


Por Rodrigo

Democracia, madre nuestra, ora pro nobis
“Europa se vuelve ultraconservadora[1] rezaba el título del artículo publicado el 16 de diciembre del año 2012 por Eduardo Febbro en el diario argentino Página 12. El resurgimiento del discurso católico integrista y de la defensa de los valores cristianos, antieuropeísmo y un nacionalismo patriotero como pasión mágica contra todos los males del mundo son algunos de los síntomas” señalaba alarmantemente el copete de aquella noticia. Tales fueron las palabras que nos empujaron ese mismo día a leer el extenso artículo que preanunciaban: si Página 12, de origen y presente declaradamente marxista, advertía a sus lectores sobre un resurgimiento del discurso católico integrista, sin duda habría motivos para celebrar.
¿Qué cambios y síntomas indicaba sobresaltado aquél ensayo? ¿Qué resurgimientos y revueltas profetizaba? Para colmo, la noticia no era menor para nosotros que nos encontrábamos, precisamente, viviendo y estudiando en la tal Europa con intenciones de ultraconservadora sin habernos percatado. La crisis ha sido en Europa el cultivo para el retorno al primer plano de los ultraconservadores”. Tal la primera línea. “¿Qué ocurre aquí?”, nos preguntamos.

“Partidos de extrema derecha en pleno auge, recuperación por parte de los sectores más reaccionarios de los espacios conquistados en las últimas décadas por los derechos civiles, xenofobia latente, populismo, resurgimiento del discurso católico integrista y de la defensa de los valores del cristianismo, antieuropeísmo y un nacionalismo patriotero como pasión mágica contra todos los males del mundo son algunas de las manifestaciones más evidentes de la reconfiguración que está atravesando Europa”.

Así continuaba el texto para estupor y sorpresa de nuestra alma. Según señalaba ya entonces Febbro, corresponsal en París de Página 12, Europa se encuentra sacudida por una profunda crisis económica y una profunda crisis política: la primera reflejada en la ineficacia absoluta de los mecanismos de la Unión Europea para solucionar los intensos problemas de desempleo y miseria que se han ido generando luego de dos décadas de estabilidad; y la segunda marcada por fuertes cuestionamientos a la capacidad del sistema democrático para dar respuesta a los conflictos políticos de cada país. La crisis económica y el descontento general en los países menos desarrollados (Grecia, España, Francia, Italia) es más fácil de advertir y considerar. Pero lo que nos interesa aquí especialmente es la cuestión de la crisis política que cuestiona las bases y principios de la democracia.



Marco histórico (irresponsablemente sintético)



Todo movimiento político supone una fe humana determinada. Ya lo decía Primo de Rivera en uno de sus escritos:

“Toda gran política se apoya en el alumbramiento de una gran fe. De cara hacia afuera – pueblo, historia – la función del político es religiosa y poética. Los hilos de comunicación del conductor con su pueblo no son ya escuetamente mentales sino poéticos y religiosos”[2].

Nada más cierto. Y es por esto, precisamente, que la “fe” en un movimiento político debe estar correctamente entroncada con la Fe verdadera. Cuando no es así, dicha “fe” política se convierte en una religión, establecida con sus dogmas, sus preceptos, sus mandamientos, sus ministros, sus santos y sus cismáticos. Tal es el caso de todos los movimientos políticos de la historia y no escapa a este esquema, evidentemente, la democracia. La fe en el sistema democrático fue renovada y sufrió algunas reformas después de la Crisis del ’29 y la Segunda Guerra Mundial. Una vez que hubo salido victoriosa a pesar de todos los vaivenes, elaboró una serie de principios y preceptos religiosos que le valieron la adhesión del mundo. Luego de las injusticias sociales provocadas por la revolución industrial y una vez terminados los grandes enfrentamientos europeos, el mundo necesitaba paz y bienestar general. La democracia yanqui se constituyó a sí misma en abanderada de tales valores. Franklin D. Roosevelt varió el liberalismo radical y capitalismo salvaje que habían caracterizado a la democracia de tipo inglesa y construyó esa “democracia social” que es el pan nuestro de cada día. Con él, todo el mundo se encaminó tras el ideal keynesiano del “estado de bienestar”. Esa fue una de las causas que dieron a EEUU la victoria sobre la URSS, puesto que cortó de raíz con el descontento necesario sobre el cual se edifica toda revolución marxista. El año ’91 vio caer definitivamente la barrera entre occidente y oriente y puso al mundo en manos de la oligarquía norteamericana. Desde entonces vivimos esta suerte de democracia neoliberal y marxistoide bajo la estricta vigilancia del todopoderoso EEUU. Paz y bienestar se alcanzaron a fuerza de policía internacional y globalización. No es momento de plantearnos qué tan verdaderos fueron los “logros” de la democracia mundial. Otros ya lo han hecho y nos remitimos a ellos. Con todo, es cierto que las condiciones económicas de obreros y empleados mejoraron en relación a la miseria y desempleo de finales del siglo XIX y principios del XX. Y también es cierto que luego de la Segunda Guerra no hubo enfrentamientos a gran escala.

Así pues, vimos concretamente definidos los dogmas de esta democracia cocacolera: internacionalismo, pacifismo, globalización, intangibilidad del judaísmo, demonización de los nacionalismos, dialoguismo y una fuerte dosis de consumismo materialista. Intercalando con habilidad propaganda y represión –cual si fueran evangelizadores e inquisidores de un nuevo credo– Estados Unidos y su cúpula plutocrática aseguraron “paz” y “bienestar económico”. El problema es que los principios de la democracia se han construido y levantado, en su mayoría, sobre una importante telaraña de mentiras marketineras y bien difundidas por los medios de comunicación. Y digo “el problema” porque la mentira tiene patas cortas. Este sistema mundial tiene dos vicios de origen: la incoherencia entre el nacionalismo yanqui y el internacionalismo mundial[3]; y la codicia ilimitada de las grandes corporaciones oligárquicas y plutocráticas mundiales que marca al globo con su irreprimible tendencia hacia la desigualdad y el capitalismo salvaje. El primero de estos dos vicios desatará la crisis política que hoy vive Europa, mientras que el segundo hará lo propio con la crisis económica.



El Nuevo Orden envejece



La Unión Europea se incendia
Ahora bien, no basta un artículo de Página 12 para demostrar que el sistema neodemocrático y neoliberal está siendo cuestionado en Europa. Para probar que el problema es sintomático hemos de traer a nuestros lectores otras varias plumas que destilan la misma preocupación. En general, la mayoría de ellas advierten dos problemas fundamentales que coinciden con lo que decíamos antes: el cuestionamiento de una democracia proyanqui y un multiculturalismo que da cabida irrestricta al Islam en detrimento de los intereses nacionales; y el cuestionamiento de una democracia encadenada al cosmopolitismo financiero, primer culpable de la crisis económica y el desempleo progresivo.

El periodista Josep Ramoneda, del diario socialista español El País, opinaba ya en el año 2011:

“En la crisis actual, el poder político está haciendo gala de toda su impotencia frente al poder económico, y el populismo de extrema derecha está ganando votos a capazos… El resultado electoral de la extrema derecha en Finlandia, que ha alcanzado, con cerca del 20% del voto emitido, el nivel de los principales partidos, confirma que el crecimiento del populismo radical en Europa ya no se asienta solo o principalmente sobre el discurso contra la inmigración, sino que ha encontrado en la crisis un gran filón, ante la irritación ciudadana por una estrategia política europea que socializa las pérdidas y privatiza los beneficios”[4].

Ramoneda indica con preocupación que las causas del crecimiento de la ultraderecha no se reducen tan sólo al antiislamismo nacionalista, sino que también se deben a la crisis económica provocada por aquellos que “socializan las pérdidas y privatizan los beneficios”: oligarquía internacional. Y hacia el final del artículo desliza una reflexión interesante: “El populismo crece sobre los fracasos de los Gobiernos europeos y sobre la incapacidad de la izquierda para dar una respuesta a la crisis que priorice los intereses de las clases populares”. En general, los partidos de izquierda en todo el mundo se han aburguesado y embrollado con la democracia norteamericana a tal punto que hoy ya no gozan en absoluto de la autoridad política que ostentaban a principios del siglo pasado. Esto abre el camino a los nacionalismos para que se constituyan en los principales referentes populares ante la crisis económica.

Esta situación está de a poco desenmascarando a la “democracia social” de Roosevelt, tan preocupada como parecía por la libertad de autodeterminación de cada país y por asegurar su estado de bienestar, y la está transformando en buena heredera de su progenitor anglofrancés: el liberalismo salvaje y radical del siglo XIX. Desgraciadamente no podemos lamentar con estos autores el agotamiento de nuestra Santa Democracia, aunque sí deploramos que la tozudez ideológica con que se sigue aplicando destruya la vida de miles de familias a lo largo y a lo ancho de todo el mundo.

Pero no sólo los hispanohablantes revelan sus preocupaciones. Con sagacidad y agudeza, el italiano Enzio Mauro, periodista de La Reppublica, apuntaba en su artículo Cambiare per fermare i populismi[5] el 1º de abril de este año que la “sensación general de descontrol” se debe a la ineficacia política, la globalización y la pérdida de identidad nacional. Ante estos conflictos, un populismo al que llama “nacionalista” es quien consigue obtener el rédito político. Transcribimos buena parte de sus líneas porque ilustran efectivamente lo que venimos diciendo:

“Debemos tener el valor de admitir que la derecha está más preparada para montar esta ola que destruye identidad y pertenencia. De hecho, el mejor aprestado es un populismo nacionalista que combina modernidad y tradición en el cultivo del miedo, encerrándolo dentro de las fronteras imaginarias levantadas contra los nuevos desafíos transnacionales y globales (…) Estas fuerzas combinan un culto instrumental de la tradición con una crítica radical de la globalización que trae consigo la denuncia de las extremas consecuencias del capitalismo financiero y el liberalismo salvaje, que la izquierda no consigue imitar.

Este perfil ideológico… nos trae consigo sujetos que se presentan como nacidos de la nada, o al menos regenerados por la explosión del viejo sistema, por tanto vírgenes, inocentes y por definición libres de toda culpa, proyectados aisladamente en el mundo por venir y así únicos custodios del fuego de la pertenencia identitaria; únicos capaces de custodiarla en la transición de lo viejo a lo nuevo. Movimientos que tienen, por tanto, una única regla general: el reto al sistema en su conjunto

…Es el fin de la política moderna, con la crisis de los esquemas clásicos que la han interpretado durante más de un siglo. Viene a la luz algo nuevo: un modo especial del populismo de ser "popular" , es decir, de adular al pueblo representándolo en sus miedos y sus fantasmas, e incluso en su proletarización cultural con la pérdida de referencias y mecanismos de lectura e interpretación de lo contemporáneo, sin más categorías que la realidad”.

Sigamos con nuestra recopilación de periodistas democráticos y horrorizados. No son ajenos a esta problemática los columnistas del New York Times, entre quienes encontramos al premio Nobel en Economía Amartya Sen que nos dejaba en su artículo The crisis of european democracy[6] algunas reflexiones al respecto. Señala en sus primeras líneas:

“…las intenciones pueden ser respetables sin ser necesariamente sensatas, y los fundamentos de la actual política de austeridad, combinados con la rigidez de la unión monetaria europea (en ausencia de unión fiscal), difícilmente han sido un modelo de solidez y sagacidad. Segundo, una intención que en sí misma es buena, puede estar en conflicto con una prioridad más urgente; en este caso, la preservación de una Europa democrática que se preocupa por el bienestar de la sociedad”.

El economista norteamericano advierte en este fragmento la existencia de un problema anterior y más urgente que la crisis económica: la crisis política que sufre la democracia europea. Lamentablemente no se detiene a analizar las causas de esta crisis y continúa su artículo indicando cómo las políticas de austeridad aplicadas por la UE a toda Europa ni siquiera han sido eficaces en lo económico y han contribuido al descontento general. En la misma línea de interpretación, el conocido sociólogo y politólogo de la nefasta Escuela de Frankfurt, Jürgen Habermas, afirma que estamos atrapados en el dilema entre, por un lado, las políticas económicas necesarias para preservar el euro y, por otro, las medidas políticas para una mayor integración”[7]. ¿La solución? Más democracia. La UE (en tanto organismo imprescindible para el Nuevo Orden Mundial) se salvaría “democratizando” su estructura. Por supuesto, esto significaría un mayor deterioro de las autonomías nacionales. Habrá que ver, sin embargo, si tal política es viable, teniendo en cuenta las circunstancias y el reclamo de las naciones por una mayor autodeterminación. Más parece una intentona ideológica de llevarse la realidad por delante. Y nos sostenemos en esta tesis sobre las palabras de otro columnista muy democrático del New York Times, el español Adolfo de Luxán Castilforte, quien afirmaba en diciembre de 2013 que “el nacionalismo está de vuelta en Europa y los países están pensando más en los intereses nacionales a corto plazo que en los intereses comunes [de Europa]”[8]. Han quedado atrás, a nuestro juicio, los tiempos de aquellas difundidas consignas: “con la democracia se come, con la democracia se vive” y “la democracia se cura con más democracia”. Los problemas de hoy requieren otro tipo de soluciones.

El periodista Arnauld Folch, del noticiario galo Valeurs Actuelles, publicaba el pasado 24 de enero de 2014 un artículo sobre el último informe realizado por el Ceviprof, conocido organismo de encuestas políticas, bajo el nombre de “Ceviprof: el informe acusador”[9]. Esta encuesta, censurada en buena parte de sus páginas, revela una “sociedad al borde la explosión”. Transcribimos los datos más relevantes:

Desconfiados: el 75%

La desconfianza de los franceses en el Estado nunca ha sido tan grande: el 75% no “confía” en el Estado, del que a su vez un 36% dice tener una “desconfianza absoluta”. En el otro extremo, tan sólo un 2% dice “confiar plenamente” (…) Para los franceses el veredicto es incuestionable: “la democracia no funciona bien” (69%, lo que supone un incremento de 15 puntos en un año), principalmente porque “cuesta la toma de decisiones” y se originan “demasiadas disputas” (67%). La Justicia tampoco se libra: el 65% no confía en ella. Y en cuanto a los medios de comunicación, es todavía peor: 3 de cada 4 franceses no se fían de los medios (76%).

 (…)

Autoridad: el 50%

Por increíble que pueda parecer, y seguramente por eso el CEVIPOF ha censurado la pregunta, no menos del 50% de los franceses verían “muy bueno” o “bastante bueno” un sistema político consistente en “tener como mandatario a un hombre fuerte que no tenga que preocuparse del Parlamento ni de las elecciones”. Hablando claro: una monarquía o una dictadura… Un 40% considera “que las democracias no saben mantener bien el orden”. ¡Tal es la necesidad de autoridad en la cúpula del Estado que el 12% de los franceses desearía incluso que “el Ejército dirigiera el país”!



Epílogo



Obama vs. Putin
“Hasta ahora, la generación a la que pertenezco sólo había conocido la hegemonía mundial de Estados Unidos. Los nacidos de 1992 en adelante nunca vivimos la Guerra Fría entre dos potencias alrededor de un mundo dividido en dos frentes políticos y económicos. A nosotros sólo nos llegaron los efectos de los que vencieron por el desplome del rival: sociedad de consumo, cine hollywoodiense, american way of life, globalización económica, mundialismo… Podríamos decir muchos términos, alguno de los cuales serían sinónimos de otros; pero la idea es clara: el imperialismo político y económico de los Estados Unidos de América era lo único que habíamos conocido quienes hemos tenido la fortuna o la desgracia de nacer, según algunos, en el final de la Historia. Sobre ese pretendido (o más bien deseado) final de la Historia también podría hablarse largo y tendido. ¿El modelo demoliberal y capitalista de Estados Unidos ha traído a los hombres el bien y la felicidad como para sentenciar que nada nuevo podrá suceder? Una mentalidad así, de fe en el progreso indefinido, ya trajo al hombre por la calle de la amargura durante la primera mitad del siglo XX… Está claro que algunos no aprenden de las lecciones que nos ha dado la Historia y por algo se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces sobre la misma piedra.

Por ahora, la efectividad de la diplomacia rusa ante la guerra civil siria y la intervención en Crimea pueden anunciar el final de la hegemonía mundial de los Estados Unidos como superpotencia mundial en solitario…

En un mundo donde los principios morales parecen no importar nada es donde Rusia está marcando la diferencia. Mientras en las sociedades occidentales se promueve la homosexualidad y los nuevos modelos de “familia”, Rusia ha mostrado fieramente su rechazo a las leyes contrarias a la Ley Natural y, frente al nihilismo occidental, se ha erigido en la reserva espiritual que hasta hace unas décadas se atribuyó a España (y que algunos siguen hoy mencionando despectivamente en alguna ocasión).

¿El nuevo mundo surgido tras Siria y Crimea podría ser una lucha entre la sociedad materialista de Estados Unidos y la resistencia moral tradicional de Rusia? Es una pregunta que tendremos que hacernos, más todavía en un mundo en el que la política internacional lo es todo”[10].

Con estas palabras cerraba su artículo “Siria y Crimea (o cuando el mundo comenzó a cambiar)” el columnista Gabriel García, de Tradición Digital. Escapa a nuestra intención analizar aquí los recientes acontecimientos que han marcado la política internacional y señalado el ascenso de Rusia. Sin embargo, la interpretación que nos deja García es verosímil y acertada, a nuestro juicio.

Empero, somos algo escépticos respecto de hipótesis tales. Si bien es cierto que Rusia ha experimentado en los últimos meses un ascenso en la política internacional que la pone en primer plano y le otorga un papel protagónico; si bien no deja de ser veraz que el poder norteamericano se sumerge en la más negra de las decadencias, provocada por consumir el veneno que durante décadas había exportado cuidándose bien de beber –entiéndase pansexualismo, aborto, homosexualidad, internacionalismo, multiculturalismo y todos los “ismos” a que nos tiene acostumbrados la democracia–; así y todo, el proceso de descristianización paulatina que aqueja a la civilización occidental desde hace siglos no depende exclusivamente del predominio de un país para continuar su desarrollo. Por ende, –y no querríamos detenernos aquí en las razones teológicas que fundamentan este pensamiento– no obstante sea posible que tal proceso de descristianización mundial se viera detenido por algún tiempo, lo que nos indica la teología de la historia es que bien pronto proseguirá el curso que desemboca en el apocalipsis.

Sin embargo, esta tendencia de la civilización occidental hacia su desnaturalización no es tan absoluta e inexorable como para impedir los destellos aislados de Cristiandad que puedan florecer en distintos sitios. El gobierno católico de Gabriel García Moreno, inserto en el marco del constitucionalismo liberal decimonónico, es una prueba fehaciente de ello. ¿A qué vamos? Justamente por todo esto, cabe aun abrigar esperanzas para nuestra Patria. ¿Cómo es esto posible? Repasemos la historia. El nacionalismo católico ha dejado y deja en nuestra Argentina una huella profunda e imborrable que no han logrado extirpar sus enemigos. ¿Y esto por qué? Porque supo en su momento representar fielmente las dos banderas de todo nacionalismo: interés nacional y justicia social. Ni populismo marxista, materialista e internacionalista; ni pseudonacionalismo liberal y desarraigado. Y precisamente, nuestro nacionalismo surgió –como todos los del mundo– cuando el sistema liberal inglés moría enfrascado en su doble decadencia política y económica. Y fue entonces cuando, si bien nunca fue gobierno en sentido estricto, marcó la política nacional de manera definitiva.

Es en este sentido que albergamos algunas esperanzas que, lejos de ser quiméricas, parecerían factibles. El desequilibrio mundial es inminente. Pronto nos encontraremos ante una nueva encrucijada universal que probablemente naufrague en conflicto bélico. En tales circunstancias, el nacionalismo argentino puede que tenga una segunda oportunidad de conquistar el poder. De nosotros dependerá, entonces, que sepamos montar la ola de descontento y consigamos acaudillarla representándola en sus banderas: interés nacional y justicia social.

Nos atreveríamos a afirmar que la democracia norteamericana goza de una escaza esperanza de vida en el ámbito europeo y que esto, más tarde o más temprano, repercutirá en nuestro ámbito nacional. Veremos con el tiempo qué dice la Historia.

(El presente artículo es un resumen del original. Para acceder a éste, comunicarse con circulodeestudiossociales@gmail.com)







[2] Primo de Rivera, José Antonio. Homenaje y reproche a Ortega y Gasset. Obras Completas. Págs. 746-747

[3] Un hecho evidente lo ratifica: el único nacionalismo “democrático”, humano, civilizador y no nazi es el norteamericano.





[7] Conferencia pronunciada el 26 de abril de 2013 en Leuven, Bélgica. Cit. en: http://www.kuleuven.be/communicatie/evenementen/evenementen/jurgen-habermas/en/democracy-solidarity-and-the-european-crisis  07/04/2014



1 comentario:

  1. Recomiendo vivamente leer el pequeño libro "El Diablo propone un brindis" donde con humor y sagacidad Lewis expone los principales males de la democracia moderna.

    Aconseja el diablo viejo a su sobrino: "Democracia es la palabra con que deben conducirlos por las narices (...) Deben utilizar la palabra puramente como un conjuro; si prefieren, por su poder de venta exclusivamente. Es un nombre que veneran. Y está conectado, por supuesto, con el ideal político según el cual los hombres deberían ser tratados de forma igualitaria (...) Como resultado ustedes pueden usar la palabra democracia para sancionar en su pensamiento el más vil (y también el menos deleitable) de todos los sentimientos humanos. No les será difícil conseguir que adopte, no solo sin vergüenza sino con una sensación agradable de autoaprobación, una conducta que sería ridiculizada universalmente si no estuviera protegida por la palabra mágica. El sentimiento a que me refiero es, naturalmente, aquel que induce a un hombre a decir yo soy tan bueno como tú".

    El texto de Lewis se puede bajar en: http://www.google.com.ar/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=2&ved=0CDUQFjAB&url=http%3A%2F%2Fnovalectio.solutionsplaza.net%2FLewis%2FEl%2520diablo%2520propone%2520un%2520brindis.doc&ei=i39uU4raMvfNsQTZ7IHoAg&usg=AFQjCNHQKf07wJpC20weG8G6fVFpb1OUKQ&sig2=wAVVfnmtV5zyuv2u_wtUJw&bvm=bv.66111022,d.cWc‎

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