Por Rodrigo
Democracia, madre nuestra, ora pro nobis |
“Europa
se vuelve ultraconservadora[1]”
rezaba el título del artículo publicado el 16 de diciembre del año 2012 por
Eduardo Febbro en el diario argentino Página
12. “El resurgimiento del discurso
católico integrista y de la defensa de los valores cristianos, antieuropeísmo y
un nacionalismo patriotero como pasión mágica contra todos los males del mundo
son algunos de los síntomas”
señalaba alarmantemente el copete de aquella noticia. Tales fueron las palabras
que nos empujaron ese mismo día a leer el extenso artículo que preanunciaban:
si Página 12, de origen y presente
declaradamente marxista, advertía a sus lectores sobre un resurgimiento del discurso católico integrista, sin duda habría
motivos para celebrar.
¿Qué cambios y síntomas indicaba sobresaltado aquél
ensayo? ¿Qué resurgimientos y revueltas profetizaba? Para colmo, la noticia no
era menor para nosotros que nos encontrábamos, precisamente, viviendo y
estudiando en la tal Europa con intenciones de ultraconservadora sin habernos
percatado. “La crisis ha sido en Europa el cultivo para el retorno al primer plano de
los ultraconservadores”. Tal la primera línea. “¿Qué ocurre aquí?”, nos preguntamos.
“Partidos de extrema derecha en
pleno auge, recuperación por parte de los sectores más reaccionarios de los
espacios conquistados en las últimas décadas por los derechos civiles,
xenofobia latente, populismo, resurgimiento del discurso católico integrista y
de la defensa de los valores del cristianismo, antieuropeísmo y un nacionalismo
patriotero como pasión mágica contra todos los males del mundo son algunas de
las manifestaciones más evidentes de la reconfiguración que está atravesando
Europa”.
Así continuaba el texto para estupor
y sorpresa de nuestra alma. Según señalaba ya entonces Febbro, corresponsal en
París de Página 12, Europa se
encuentra sacudida por una profunda crisis económica y una profunda crisis
política: la primera reflejada en la ineficacia absoluta de los mecanismos de
la Unión Europea para solucionar los intensos problemas de desempleo y miseria
que se han ido generando luego de dos décadas de estabilidad; y la segunda
marcada por fuertes cuestionamientos a la capacidad del sistema democrático
para dar respuesta a los conflictos políticos de cada país. La crisis económica
y el descontento general en los países menos desarrollados (Grecia, España,
Francia, Italia) es más fácil de advertir y considerar. Pero lo que nos
interesa aquí especialmente es la cuestión de la crisis política que cuestiona
las bases y principios de la democracia.
Marco histórico (irresponsablemente
sintético)
Todo movimiento político supone una fe humana
determinada. Ya lo decía Primo de Rivera en uno de sus escritos:
“Toda gran política se apoya en el
alumbramiento de una gran fe. De cara hacia afuera – pueblo, historia – la
función del político es religiosa y poética. Los hilos de comunicación del
conductor con su pueblo no son ya escuetamente mentales sino poéticos y
religiosos”[2].
Nada más cierto. Y es por esto,
precisamente, que la “fe” en un movimiento político debe estar correctamente
entroncada con la Fe verdadera. Cuando no es así, dicha “fe” política se
convierte en una religión, establecida con sus dogmas, sus preceptos, sus
mandamientos, sus ministros, sus santos y sus cismáticos. Tal es el caso de
todos los movimientos políticos de la historia y no escapa a este esquema,
evidentemente, la democracia. La fe en el sistema democrático fue renovada y
sufrió algunas reformas después de la Crisis del ’29 y la Segunda Guerra Mundial.
Una vez que hubo salido victoriosa a pesar de todos los vaivenes, elaboró una
serie de principios y preceptos religiosos que le valieron la adhesión del
mundo. Luego de las injusticias sociales provocadas por la revolución
industrial y una vez terminados los grandes enfrentamientos europeos, el mundo
necesitaba paz y bienestar general. La democracia yanqui se constituyó a sí
misma en abanderada de tales valores. Franklin D. Roosevelt varió el
liberalismo radical y capitalismo salvaje que habían caracterizado a la
democracia de tipo inglesa y construyó esa “democracia social” que es el pan
nuestro de cada día. Con él, todo el mundo se encaminó tras el ideal keynesiano
del “estado de bienestar”. Esa fue una de las causas que dieron a EEUU la
victoria sobre la URSS, puesto que cortó de raíz con el descontento necesario
sobre el cual se edifica toda revolución marxista. El año ’91 vio caer
definitivamente la barrera entre occidente y oriente y puso al mundo en manos
de la oligarquía norteamericana. Desde entonces vivimos esta suerte de
democracia neoliberal y marxistoide bajo la estricta vigilancia del
todopoderoso EEUU. Paz y bienestar se alcanzaron a fuerza de policía
internacional y globalización. No es momento de plantearnos qué tan verdaderos
fueron los “logros” de la democracia mundial. Otros ya lo han hecho y nos
remitimos a ellos. Con todo, es cierto que las condiciones económicas de
obreros y empleados mejoraron en relación a la miseria y desempleo de finales
del siglo XIX y principios del XX. Y también es cierto que luego de la Segunda
Guerra no hubo enfrentamientos a gran escala.
Así pues, vimos concretamente
definidos los dogmas de esta democracia cocacolera: internacionalismo,
pacifismo, globalización, intangibilidad del judaísmo, demonización de los nacionalismos,
dialoguismo y una fuerte dosis de consumismo materialista. Intercalando con
habilidad propaganda y represión –cual si fueran evangelizadores e inquisidores
de un nuevo credo– Estados Unidos y su cúpula plutocrática aseguraron “paz” y
“bienestar económico”. El problema es que los principios de la democracia se
han construido y levantado, en su mayoría, sobre una importante telaraña de
mentiras marketineras y bien difundidas por los medios de comunicación. Y digo
“el problema” porque la mentira tiene patas cortas. Este sistema mundial tiene
dos vicios de origen: la incoherencia entre el nacionalismo yanqui y el
internacionalismo mundial[3];
y la codicia ilimitada de las grandes corporaciones oligárquicas y
plutocráticas mundiales que marca al globo con su irreprimible tendencia hacia
la desigualdad y el capitalismo salvaje. El primero de estos dos vicios
desatará la crisis política que hoy vive Europa, mientras que el segundo hará
lo propio con la crisis económica.
El Nuevo Orden envejece
La Unión Europea se incendia |
Ahora bien, no basta un artículo de Página 12 para demostrar que el sistema
neodemocrático y neoliberal está siendo cuestionado en Europa. Para probar que
el problema es sintomático hemos de traer a nuestros lectores otras varias
plumas que destilan la misma preocupación. En general, la mayoría de ellas
advierten dos problemas fundamentales que coinciden con lo que decíamos antes:
el cuestionamiento de una democracia proyanqui y un multiculturalismo que da
cabida irrestricta al Islam en detrimento de los intereses nacionales; y el
cuestionamiento de una democracia encadenada al cosmopolitismo financiero,
primer culpable de la crisis económica y el desempleo progresivo.
El
periodista Josep Ramoneda, del diario socialista español El País, opinaba ya en el año 2011:
“En la crisis actual, el poder político está haciendo
gala de toda su impotencia frente al poder económico, y el populismo de extrema
derecha está ganando votos a capazos… El resultado electoral de la extrema
derecha en Finlandia, que ha alcanzado, con cerca del 20% del voto emitido, el
nivel de los principales partidos, confirma que el crecimiento del populismo
radical en Europa ya no se asienta solo o principalmente sobre el discurso
contra la inmigración, sino que ha encontrado en la crisis un gran filón, ante
la irritación ciudadana por una estrategia política europea que socializa las
pérdidas y privatiza los beneficios”[4].
Ramoneda indica con preocupación que las causas del
crecimiento de la ultraderecha no se reducen tan sólo al antiislamismo
nacionalista, sino que también se deben a la crisis económica provocada por
aquellos que “socializan las pérdidas y
privatizan los beneficios”: oligarquía internacional. Y hacia el final del
artículo desliza una reflexión interesante: “El
populismo crece sobre los fracasos de los Gobiernos europeos y sobre la
incapacidad de la izquierda para dar una respuesta a la crisis que priorice los
intereses de las clases populares”. En general, los partidos de izquierda
en todo el mundo se han aburguesado y embrollado con la democracia
norteamericana a tal punto que hoy ya no gozan en absoluto de la autoridad
política que ostentaban a principios del siglo pasado. Esto abre el camino a
los nacionalismos para que se constituyan en los principales referentes
populares ante la crisis económica.
Esta situación está de a poco desenmascarando a la
“democracia social” de Roosevelt, tan preocupada como parecía por la libertad
de autodeterminación de cada país y por asegurar su estado de bienestar, y la
está transformando en buena heredera de su progenitor anglofrancés: el
liberalismo salvaje y radical del siglo XIX. Desgraciadamente no podemos
lamentar con estos autores el agotamiento de nuestra Santa Democracia, aunque
sí deploramos que la tozudez ideológica con que se sigue aplicando destruya la
vida de miles de familias a lo largo y a lo ancho de todo el mundo.
Pero no sólo los hispanohablantes revelan sus
preocupaciones. Con sagacidad y agudeza, el italiano Enzio Mauro, periodista de
La Reppublica, apuntaba en su
artículo Cambiare per fermare i populismi[5]
el 1º de abril de este año que la “sensación
general de descontrol” se debe a la ineficacia política, la globalización y
la pérdida de identidad nacional. Ante estos conflictos, un populismo al que
llama “nacionalista” es quien consigue obtener el rédito político.
Transcribimos buena parte de sus líneas porque ilustran efectivamente lo que
venimos diciendo:
“Debemos tener el
valor de admitir que la derecha está más preparada para montar esta ola que
destruye identidad y pertenencia. De hecho, el mejor aprestado es un populismo nacionalista que combina modernidad
y tradición en el cultivo del miedo, encerrándolo dentro de las fronteras
imaginarias levantadas contra los nuevos desafíos transnacionales y globales
(…) Estas fuerzas combinan un culto instrumental de la tradición con una
crítica radical de la globalización que trae consigo la denuncia de las
extremas consecuencias del capitalismo financiero y el liberalismo salvaje, que
la izquierda no consigue imitar.
Este perfil ideológico…
nos trae consigo sujetos que se presentan como nacidos de la nada, o al menos
regenerados por la explosión del viejo sistema, por tanto vírgenes, inocentes y
por definición libres de toda culpa, proyectados aisladamente en el mundo por
venir y así únicos custodios del fuego de la pertenencia identitaria; únicos
capaces de custodiarla en la transición de lo viejo a lo nuevo. Movimientos que
tienen, por tanto, una única regla general: el reto al sistema en su conjunto…
…Es
el fin de la política moderna, con la crisis de los esquemas clásicos que la
han interpretado durante más de un siglo. Viene a la luz algo nuevo: un modo especial del
populismo de ser "popular" , es decir, de adular al pueblo
representándolo en sus miedos y sus fantasmas, e incluso en su proletarización
cultural con la pérdida de referencias y mecanismos de lectura e interpretación
de lo contemporáneo, sin más categorías que la realidad”.
Sigamos con nuestra recopilación de periodistas
democráticos y horrorizados. No son ajenos a esta problemática los columnistas
del New York Times, entre quienes
encontramos al premio Nobel en Economía Amartya Sen que nos dejaba en su artículo The crisis of european
democracy[6]
algunas reflexiones al respecto. Señala en sus primeras líneas:
“…las
intenciones pueden ser respetables sin ser necesariamente sensatas, y los
fundamentos de la actual política de austeridad, combinados con la rigidez de
la unión monetaria europea (en ausencia de unión fiscal), difícilmente han sido
un modelo de solidez y sagacidad. Segundo, una intención que en sí misma es
buena, puede estar en conflicto con una prioridad más urgente; en este caso, la preservación de una Europa democrática
que se preocupa por el bienestar de la sociedad”.
El
economista norteamericano advierte en este fragmento la existencia de un
problema anterior y más urgente que la crisis económica: la crisis política que
sufre la democracia europea. Lamentablemente no se detiene a analizar las
causas de esta crisis y continúa su artículo indicando cómo las políticas de
austeridad aplicadas por la UE a toda Europa ni siquiera han sido eficaces en
lo económico y han contribuido al descontento general. En la misma línea de
interpretación, el conocido sociólogo y politólogo de la nefasta Escuela de
Frankfurt, Jürgen Habermas, afirma que “estamos
atrapados en el dilema entre, por un lado, las políticas económicas necesarias
para preservar el euro y, por otro, las medidas políticas para una mayor
integración”[7]. ¿La solución? Más democracia. La UE (en tanto organismo
imprescindible para el Nuevo Orden Mundial) se salvaría “democratizando” su
estructura. Por supuesto, esto significaría un mayor deterioro de las
autonomías nacionales. Habrá que ver, sin embargo, si tal política es viable,
teniendo en cuenta las circunstancias y el reclamo de las naciones por una
mayor autodeterminación. Más parece una intentona ideológica de llevarse la
realidad por delante. Y nos sostenemos en esta tesis sobre las palabras de otro
columnista muy democrático del New York
Times, el español Adolfo de
Luxán Castilforte,
quien afirmaba en diciembre de 2013 que “el
nacionalismo está de vuelta en Europa y los países están pensando más en los
intereses nacionales a corto plazo que en los intereses comunes [de Europa]”[8].
Han quedado atrás, a nuestro juicio, los tiempos de aquellas difundidas
consignas: “con la democracia se come, con la democracia se vive” y “la
democracia se cura con más democracia”. Los problemas de hoy requieren otro
tipo de soluciones.
El periodista Arnauld Folch, del
noticiario galo Valeurs Actuelles,
publicaba el pasado 24 de enero de 2014 un artículo sobre el último informe
realizado por el Ceviprof, conocido organismo de encuestas políticas, bajo el
nombre de “Ceviprof: el informe acusador”[9].
Esta encuesta, censurada en buena parte de sus páginas, revela una “sociedad al borde la explosión”.
Transcribimos los datos más relevantes:
Desconfiados: el 75%
La desconfianza de los franceses en el Estado nunca ha sido tan grande: el
75% no “confía” en el Estado, del que a su vez un 36% dice tener una
“desconfianza absoluta”. En el otro extremo, tan sólo un 2% dice “confiar
plenamente” (…) Para los franceses el veredicto
es incuestionable: “la democracia no funciona bien” (69%, lo que supone un
incremento de 15 puntos en un año), principalmente porque “cuesta la toma de
decisiones” y se originan “demasiadas disputas” (67%). La Justicia tampoco se
libra: el 65% no confía en ella. Y en cuanto a los medios de comunicación, es
todavía peor: 3 de cada 4 franceses no se fían de los medios (76%).
(…)
Autoridad: el 50%
Por increíble que pueda parecer, y seguramente por eso el CEVIPOF ha
censurado la pregunta, no menos del 50% de los franceses verían “muy bueno” o
“bastante bueno” un sistema político consistente en “tener como mandatario a un
hombre fuerte que no tenga que preocuparse del Parlamento ni de las
elecciones”. Hablando claro: una monarquía o una dictadura… Un 40% considera
“que las democracias no saben mantener bien el orden”. ¡Tal es la necesidad
de autoridad en la cúpula del Estado que el 12% de los franceses desearía
incluso que “el Ejército dirigiera el país”!
Epílogo
Obama vs. Putin |
“Hasta ahora, la generación a la que pertenezco
sólo había conocido la hegemonía mundial de Estados Unidos. Los nacidos de 1992
en adelante nunca vivimos la Guerra Fría entre dos potencias alrededor de un
mundo dividido en dos frentes políticos y económicos. A nosotros sólo nos
llegaron los efectos de los que vencieron por el desplome del rival: sociedad
de consumo, cine hollywoodiense, american way of life, globalización económica,
mundialismo… Podríamos decir muchos términos, alguno de los cuales serían sinónimos
de otros; pero la idea es clara: el imperialismo político y económico de los
Estados Unidos de América era lo único que habíamos conocido quienes hemos
tenido la fortuna o la desgracia de nacer, según algunos, en el final de la
Historia. Sobre ese pretendido (o más bien deseado) final de la Historia
también podría hablarse largo y tendido. ¿El modelo demoliberal y capitalista
de Estados Unidos ha traído a los hombres el bien y la felicidad como para
sentenciar que nada nuevo podrá suceder? Una mentalidad así, de fe en el
progreso indefinido, ya trajo al hombre por la calle de la amargura durante la
primera mitad del siglo XX… Está claro que algunos no aprenden de las lecciones
que nos ha dado la Historia y por algo se dice que el hombre es el único animal
que tropieza dos veces sobre la misma piedra.
Por ahora, la efectividad de la diplomacia rusa
ante la guerra civil siria y la intervención en Crimea pueden anunciar el final
de la hegemonía mundial de los Estados Unidos como superpotencia mundial en solitario…
En un mundo donde los principios morales parecen no
importar nada es donde Rusia está marcando la diferencia. Mientras en las
sociedades occidentales se promueve la homosexualidad y los nuevos modelos de
“familia”, Rusia ha mostrado fieramente su rechazo a las leyes contrarias a la
Ley Natural y, frente al nihilismo occidental, se ha erigido en la reserva
espiritual que hasta hace unas décadas se atribuyó a España (y que algunos
siguen hoy mencionando despectivamente en alguna ocasión).
¿El nuevo
mundo surgido tras Siria y Crimea podría ser una lucha entre la sociedad
materialista de Estados Unidos y la resistencia moral tradicional de Rusia? Es
una pregunta que tendremos que hacernos, más todavía en un mundo en el que la
política internacional lo es todo”[10].
Con estas
palabras cerraba su artículo “Siria y
Crimea (o cuando el mundo comenzó a cambiar)” el columnista Gabriel García,
de Tradición Digital. Escapa a
nuestra intención analizar aquí los recientes acontecimientos que han marcado
la política internacional y señalado el ascenso de Rusia. Sin embargo, la
interpretación que nos deja García es verosímil y acertada, a nuestro juicio.
Empero, somos algo escépticos
respecto de hipótesis tales. Si bien es cierto que Rusia ha experimentado en
los últimos meses un ascenso en la política internacional que la pone en primer
plano y le otorga un papel protagónico; si bien no deja de ser veraz que el
poder norteamericano se sumerge en la más negra de las decadencias, provocada
por consumir el veneno que durante décadas había exportado cuidándose bien de
beber –entiéndase pansexualismo, aborto, homosexualidad, internacionalismo,
multiculturalismo y todos los “ismos” a que nos tiene acostumbrados la
democracia–; así y todo, el proceso de descristianización paulatina que aqueja
a la civilización occidental desde hace siglos no depende exclusivamente del
predominio de un país para continuar su desarrollo. Por ende, –y no querríamos
detenernos aquí en las razones teológicas que fundamentan este pensamiento– no
obstante sea posible que tal proceso de descristianización mundial se viera
detenido por algún tiempo, lo que nos indica la teología de la historia es que
bien pronto proseguirá el curso que desemboca en el apocalipsis.
Sin embargo, esta tendencia de la
civilización occidental hacia su desnaturalización no es tan absoluta e
inexorable como para impedir los destellos aislados de Cristiandad que puedan
florecer en distintos sitios. El gobierno católico de Gabriel García Moreno,
inserto en el marco del constitucionalismo liberal decimonónico, es una prueba
fehaciente de ello. ¿A qué vamos? Justamente por todo esto, cabe aun abrigar
esperanzas para nuestra Patria. ¿Cómo es esto posible? Repasemos la historia.
El nacionalismo católico ha dejado y deja en nuestra Argentina una huella
profunda e imborrable que no han logrado extirpar sus enemigos. ¿Y esto por
qué? Porque supo en su momento representar fielmente las dos banderas de todo
nacionalismo: interés nacional y justicia social. Ni populismo marxista,
materialista e internacionalista; ni pseudonacionalismo liberal y desarraigado.
Y precisamente, nuestro nacionalismo surgió –como todos los del mundo– cuando
el sistema liberal inglés moría enfrascado en su doble decadencia política y
económica. Y fue entonces cuando, si bien nunca fue gobierno en sentido
estricto, marcó la política nacional de manera definitiva.
Es en este sentido que albergamos
algunas esperanzas que, lejos de ser quiméricas, parecerían factibles. El
desequilibrio mundial es inminente. Pronto nos encontraremos ante una nueva
encrucijada universal que probablemente naufrague en conflicto bélico. En tales
circunstancias, el nacionalismo argentino puede que tenga una segunda
oportunidad de conquistar el poder. De nosotros dependerá, entonces, que
sepamos montar la ola de descontento y consigamos acaudillarla representándola
en sus banderas: interés nacional y justicia social.
Nos atreveríamos a afirmar que la
democracia norteamericana goza de una escaza esperanza de vida en el ámbito
europeo y que esto, más tarde o más temprano, repercutirá en nuestro ámbito
nacional. Veremos con el tiempo qué dice la Historia.
(El presente artículo es un resumen del original. Para acceder a éste, comunicarse con circulodeestudiossociales@gmail.com)
(El presente artículo es un resumen del original. Para acceder a éste, comunicarse con circulodeestudiossociales@gmail.com)
[2] Primo
de Rivera, José Antonio. Homenaje
y reproche a Ortega y Gasset. Obras Completas. Págs. 746-747
[3] Un hecho evidente lo ratifica:
el único nacionalismo “democrático”, humano, civilizador y no nazi es el
norteamericano.
[7] Conferencia pronunciada el 26 de
abril de 2013 en Leuven, Bélgica. Cit. en: http://www.kuleuven.be/communicatie/evenementen/evenementen/jurgen-habermas/en/democracy-solidarity-and-the-european-crisis
07/04/2014
Recomiendo vivamente leer el pequeño libro "El Diablo propone un brindis" donde con humor y sagacidad Lewis expone los principales males de la democracia moderna.
ResponderEliminarAconseja el diablo viejo a su sobrino: "Democracia es la palabra con que deben conducirlos por las narices (...) Deben utilizar la palabra puramente como un conjuro; si prefieren, por su poder de venta exclusivamente. Es un nombre que veneran. Y está conectado, por supuesto, con el ideal político según el cual los hombres deberían ser tratados de forma igualitaria (...) Como resultado ustedes pueden usar la palabra democracia para sancionar en su pensamiento el más vil (y también el menos deleitable) de todos los sentimientos humanos. No les será difícil conseguir que adopte, no solo sin vergüenza sino con una sensación agradable de autoaprobación, una conducta que sería ridiculizada universalmente si no estuviera protegida por la palabra mágica. El sentimiento a que me refiero es, naturalmente, aquel que induce a un hombre a decir yo soy tan bueno como tú".
El texto de Lewis se puede bajar en: http://www.google.com.ar/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=2&ved=0CDUQFjAB&url=http%3A%2F%2Fnovalectio.solutionsplaza.net%2FLewis%2FEl%2520diablo%2520propone%2520un%2520brindis.doc&ei=i39uU4raMvfNsQTZ7IHoAg&usg=AFQjCNHQKf07wJpC20weG8G6fVFpb1OUKQ&sig2=wAVVfnmtV5zyuv2u_wtUJw&bvm=bv.66111022,d.cWc