viernes, 2 de mayo de 2014

La Voz de los Centinelas



Por Ramón

No sé si definirlo como un don fortuito o como algo que simplemente ocurre. Eso sí: fue una de esas cosas inspiradoras que nos dan el ánimo y el empujón necesarios para renovarnos en la búsqueda que desde hace tiempo carcome los pensamientos de muchos jóvenes a los que aún restan unas gotas de sentido común y pueden vislumbrar la situación en la que se encuentra nuestra amada Patria.

Este pequeño empujón me lo dio la Providencia cuando me encontraba ojeando un pequeño y conocido libro de fábulas, legado que nos dejara nuestro querido padre Castellani. Muy breve en su relato, el padre nos narraba la historia de un bosque que, habiendo sido florido y fecundo, con el paso del tiempo y por la indiferencia de sus habitantes había caído en una terrible ruina. Solo habían podido sobrevivir a la desoladora desgracia los animales más grandes, los carroñeros, los camorreros y todos los que se sometían a éstos. Ellos mismos eran quienes habían vivido la enfermedad del forestal: un árbol caído por aquí, un animal muerto más allá. No eran cosas que los inquietaran. La costumbre había calado tan profundo en ellos, que les resultaba algo común y casi ordinario aquello que inundaba al bosque.

Pero sucedió que la enfermedad del bosque pudo más que la indiferencia de sus habitantes y pronto no quedó en él ningún ser bello y normal, pues las bestias los corrían a tarascones. Y he aquí que sucedió el milagro. Transcribo completa la última parte de la fábula con la intensión de no entorpecer la magnífica pluma del poeta, y sobre todo para que podamos aprovechar cada detalle para nuestra interpretación.


“Hasta que un día llegó un pájaro cantor. De los mejores. Puesto a cantar, las bestias no pudieron menos que escucharlo muy quietas durante un buen rato. Al cabo, ciegas de odio por dejarse sorprender, lo corrieron, lo alcanzaron y le dieron muerte, tal era su furia… Sin embargo, durante la noche, los viejos árboles maltrechos taparon su cuerpo con las pocas hojas verdes que conservaban. Algunos árboles jóvenes se desperezaron y, entre todos, custodiaron el eco de su voz en los huecos de sus troncos.
La voz del pájaro cantor se escuchó de día y de noche, por arriba y por abajo del techo de las ramas, y ninguna bestia la podía evitar. Así fue que se murieron de rabia o se fueron. El bosque quedó desierto, pero el canto del pájaro hizo que los árboles se enderezaran y florecieran. Poco tiempo después llegaron otros pájaros, y su música convocó a las criaturas. Animales de todas las especies renovaron la inocencia del bosque y le devolvieron su antiguo esplendor. Aprendieron a mantenerlo sin descuidos y su belleza se extendió hacia los cuatro puntos cardinales… Porque para estas cosas hemos nacido, querido lector, aunque parezca fábula.

No hay bestia que pueda contra un pájaro cantor. Lo que hay que lograr es que su voz dure más que su vida”.

Desde que nacemos, vivimos en un completo individualismo y navegamos por los mares de la indiferencia, de la cual eran objeto los personajes de esta fábula. Este pecado, común en nuestros días, es un cruel azote para la sociedad en que vivimos. Nos cansamos de escuchar de la boca de nuestros familiares y amigos, incluso de gente con la que compartimos la misa dominical, típicas frases como “mientras a mí no me moleste”, “pase lo que pase no me interesa”. Simplemente no me importa aquello que suceda fuera de mi círculo familiar y esto a veces con suerte, pues claro: nada de ello estropea a mis planes. Y lamentablemente vivimos tan atentos a nosotros mismos que lo de afuera nos importa muy poco y a veces nada.

Es así como hemos  visto caer y morir árboles y animales en nuestra amada Argentina. En la dirección que miremos, en nuestra educación, en las familias, en el ámbito de la cultura y la tradición, etc. Podríamos hacer una interminable lista de árboles caídos y animales muertos que en el devenir histórico de la Patria mancillan el suelo que pisamos.

Y frente a esta realidad, ¿qué hicimos? Cuando la ley quitó a Dios de las escuelas, cuando la familia recibió en su seno la ley de divorcio, cuando la vida es atacada en su inicio y su fin, cuando el orden natural es ignorado promoviendo la homosexualidad… ¿qué hicimos? Aunque nos cueste reconocerlo, lo único que hemos hecho ha sido acostumbrarnos. Acostumbrarnos a vivir siendo indiferentes a todo aquello que va contra la familia, la educación, el orden natural e incluso el mismo Dios. La comodidad y la indiferencia han hecho de nosotros católicos inertes: no podemos molestar al resto “con nuestras verdades”, como si fuésemos los culpables de que las cosas tengan un orden que no depende de nosotros mismos. Pero esto no es lo peor. Lo peor es ver a cristianos que creen que la caridad cristiana es no incomodar al prójimo y abandonarlo a sus ideas, las cuales, aunque vayan contra el mismo Dios, deben ser respetadas en aras de una falsa prudencia que nos ha convertido en sal sin sabor, en luz guardada debajo del cajón, en tropa sin guía.

Pero más allá de esta realidad, volviendo a la fábula, también en nuestro suelo, como regalo del buen Dios, encontramos a pájaros cantores que, luego de trinar a voces las verdades, son perseguidos y muertos por las bestias carroñeras. Cabe resaltar un detalle, no menor, al mejor estilo Castellani: el bosque fue rescatado por el cantar de un solo pájaro y no de una bandada. ¿Por qué? Porque la verdad es independiente del número, lo mismo que el bien. Ambos cautivan y se difunden por ser, simplemente, el bien y la verdad. Se imponen a cualquier realidad. Esta debe ser nuestra mayor certeza, por la cual nuestra lucha no ha de tener respiro. Tarea que aunque ardua no debe cansarnos. Muy por el contrario, hemos de rezar con el Beato Manuel González que no nos cansemos:
 

Sí, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humanos, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida!... ¡Que no nos cansemos!”.

Que nos cansemos de decir las verdades aunque nos cuesten dolor y trabajo, pues no en vano Santa Catalina les decía a los Obispos de su tiempo: “¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!”. Y no podía ser de otro modo. El pedido de la Santa y debería hacerse eco en los oídos de nuestra jerarquía y también en los nuestros, para no darnos el más mínimo respiro, para que pensando en este suelo glorioso nuestra marcha sea una lucha sin tregua, para que tengamos más en claro que, si marchamos y vitoreamos a voces, las verdades que siempre fueron y que siempre serán, nos guiarán certeras por el estrecho sendero que lleva a puerto seguro, la Patria Celeste.

Pero continuemos, queridos lectores, con nuestra fábula. Narra Castellani que los árboles viejos y algunos de los jóvenes se desperezaron y custodiaron la voz de este pájaro cantor en los huecos de sus troncos, hasta que ésta terminó por ayuntar a las bestias: 


“el canto del pájaro hizo que los árboles se enderezaran y florecieran. Poco tiempo después llegaron otros pájaros, y su música convocó a las criaturas. Animales de todas las especies renovaron la inocencia del bosque y le devolvieron su antiguo esplendor. Aprendieron a mantenerlo sin descuidos y su belleza se extendió hacia los cuatro puntos cardinales… Porque para estas cosas hemos nacido, querido lector, aunque parezca fábula”.

Es claro que muchos de nosotros no nacimos para ser pájaros cantores, pues cada cual ha de tomar el lugar que le corresponda, ya sea el de decir verdades, ya sea el de  conservarlas haciéndolas eco que retumba y se expande hacia los cuatro puntos cardinales de nuestra amada Argentina. Sin embargo, a todos toca el que comencemos a tomar conciencia de la herencia recibida, de todos aquellos dones que gratuitamente hemos adquirido y que no son otra cosa que el patrimonio cultural y espiritual que nos identifica como nación. Pues con la herencia de nuestros padres, también nos hemos hecho portadores de una exigencia y un deber: el de defender ese patrimonio de fe y cultura, enfrentando las amenazas externas y la descomposición interna.

El recién canonizado papa Juan Pablo II, en una de sus cartas a los jóvenes escrita con motivo del año Internacional de la Juventud en 1985, tiene un extenso párrafo donde analiza la visión cristiana de la Patria. Y nos señala que por nuestra obligación: “debemos hacer todo lo que está a nuestro alcance para asumir este patrimonio espiritual, para confirmarlo, para mantenerlo y para incrementarlo.”

No somos dueños de esta herencia recibida. Antes bien, nos corresponde ser trasmisores de ella y debe ser la voz de aquellos centinelas que regaron con su sangre este suelo precioso la que se haga eco en nosotros a fin de que sea transmitida de generación en generación. Este ha de ser el canto que ahuyente a las aves carroñeras para que vuelva a brillar sol, crezcan las flores, se enderecen los árboles, tengan frutos abundantes y vivan de buena madera.

Por último, queridos amigos, reivindiquemos el alma de nuestra Patria, como decía el Padre Alberto Ezcurra, de la mano del poeta que lo sintetiza en la forma de un Credo:


“Creo en Dios que es el Amor, la Verdad, la Vida Eterna.

Y en la Argentina integrada por los hombres y las tierras

que hacen un solo camino bajo una sola Bandera.

Creo en mi lengua castellana y en la Iglesia Verdadera,

en los labios de mi madre sobre mi frente sedienta,

en las manos de mi padre y en el dolor de su ausencia.

Creo en la mujer que ha sido mi esposa y mi compañera

Y en la sonrisa de Dios que en mis labios se refleja.



Creo en el valor del alma y el valor de la entereza

De quien es fiel a sí mismo y está en paz con su conciencia.

Creo en los hombres leales que siempre cruzan su apuesta

cuando se riñe por algo que no admite componendas.

Y también creo que el hombre tiene derecho a parcela

en un lugar de su Patria, si se esfuerza en merecerla.

Y el derecho inalienable de vivir en paz la tierra

si antes se asumió el deber de dar la vida por ella

si ello fuera menester, o mejor, cuando así sea.

Creo en aquél que trabaja detrás de las causas honestas,

en el que ama a su prójimo y que el pecado detesta.

En quien arriesga lo propio cuando un error manifiesta.

Creo que nada es posible si la familia está enferma,

Y que de hombres viciosos derivan causas siniestras.

Esta es mi Fe inquebrantable, lo demás es letra muerta”.


5 comentarios:

  1. Muy buena compadre!! Lo felicito...

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  2. Felicitaciones Ramon muy buen texto, gracias por tus reflexiones.

    La poesia ultima de quien es?

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  3. Muy, pero muy bueno cumpa!! Buena reflexión.. mejor enseñanza.. un abrazo y a seguir luchando por nuestra Patria

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  4. Ramón: Para no cansarnos, un buen ejemplo y una buena plegaria para tener en nuestros labios es la de la Reina Católica Isabel de Castilla. Dicen que siempre rezaba así:
    "Tengo miedo, Señor,
    de tener miedo
    y no saber luchar.
    Tengo miedo, Señor,
    de tener miedo
    y poderte negar.
    Yo te pido, Señor,
    que en Tu grandeza
    no te olvides de mí;
    y me des con Tu amor
    la fortaleza
    para morir por Ti".

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  5. Muy bueno!!, hacen bien estas palabras de aliento en tiempos difíciles.

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