Por Ramón
No sé si definirlo como un don fortuito o como algo
que simplemente ocurre. Eso sí: fue una de esas cosas inspiradoras que nos dan el
ánimo y el empujón necesarios para renovarnos en la búsqueda que desde hace
tiempo carcome los pensamientos de muchos jóvenes a los que aún restan unas
gotas de sentido común y pueden vislumbrar la situación en la que se encuentra
nuestra amada Patria.
Este pequeño empujón me
lo dio la Providencia cuando me encontraba ojeando un pequeño y conocido libro
de fábulas, legado que nos dejara nuestro querido padre Castellani. Muy breve
en su relato, el padre nos narraba la historia de un bosque que, habiendo sido
florido y fecundo, con el paso del tiempo y por la indiferencia de sus habitantes había caído en una terrible ruina. Solo
habían podido sobrevivir a la desoladora desgracia los animales más grandes,
los carroñeros, los camorreros y todos los que se sometían a éstos. Ellos mismos
eran quienes habían vivido la enfermedad del forestal: un árbol caído por aquí,
un animal muerto más allá. No eran cosas que los inquietaran. La costumbre
había calado tan profundo en ellos, que les resultaba algo común y casi
ordinario aquello que inundaba al bosque.
Pero
sucedió que la enfermedad del bosque pudo más que la indiferencia de sus
habitantes y pronto no quedó en él ningún ser bello y normal, pues las bestias
los corrían a tarascones. Y he aquí que sucedió el milagro. Transcribo completa
la última parte de la fábula con la intensión de no entorpecer la magnífica
pluma del poeta, y sobre todo para que podamos aprovechar cada detalle para
nuestra interpretación.
“Hasta que un día llegó un pájaro
cantor. De los mejores. Puesto a cantar, las bestias no pudieron menos que
escucharlo muy quietas durante un buen rato. Al cabo, ciegas de odio por
dejarse sorprender, lo corrieron, lo alcanzaron y le dieron muerte, tal era su
furia… Sin embargo, durante la noche, los viejos árboles maltrechos taparon su
cuerpo con las pocas hojas verdes que conservaban. Algunos árboles jóvenes se desperezaron y, entre todos, custodiaron
el eco de su voz en los huecos de sus troncos.
La voz del pájaro cantor se escuchó de
día y de noche, por arriba y por abajo del techo de las ramas, y ninguna
bestia la podía evitar. Así fue que se murieron de rabia o se fueron. El
bosque quedó desierto, pero el canto del pájaro hizo que los árboles se
enderezaran y florecieran. Poco tiempo después llegaron otros pájaros, y su
música convocó a las criaturas. Animales de todas las especies renovaron la
inocencia del bosque y le devolvieron su antiguo esplendor. Aprendieron a
mantenerlo sin descuidos y su belleza se extendió hacia los cuatro puntos
cardinales… Porque para estas cosas hemos nacido, querido lector, aunque parezca
fábula.
No
hay bestia que pueda contra un pájaro cantor. Lo que hay que lograr es que su
voz dure más que su vida”.
Desde que nacemos,
vivimos en un completo individualismo y navegamos por los mares de la
indiferencia, de la cual eran objeto los personajes de esta fábula. Este
pecado, común en nuestros días, es un cruel azote para la sociedad en que
vivimos. Nos cansamos de escuchar de la boca de nuestros familiares y amigos, incluso
de gente con la que compartimos la misa dominical, típicas frases como
“mientras a mí no me moleste”, “pase lo que pase no me interesa”. Simplemente
no me importa aquello que suceda fuera de mi círculo familiar y esto a veces
con suerte, pues claro: nada de ello estropea a mis planes. Y lamentablemente
vivimos tan atentos a nosotros mismos que lo de afuera nos importa muy poco y a
veces nada.
Es así como hemos visto caer y morir árboles y animales en
nuestra amada Argentina. En la dirección que miremos, en nuestra educación, en
las familias, en el ámbito de la cultura y la tradición, etc. Podríamos hacer
una interminable lista de árboles caídos y animales muertos que en el devenir
histórico de la Patria mancillan el suelo que pisamos.
Y frente a esta
realidad, ¿qué hicimos? Cuando la ley quitó a Dios de las escuelas, cuando la
familia recibió en su seno la ley de divorcio, cuando la vida es atacada en su
inicio y su fin, cuando el orden natural es ignorado promoviendo la
homosexualidad… ¿qué hicimos? Aunque nos cueste reconocerlo, lo único que hemos
hecho ha sido acostumbrarnos. Acostumbrarnos a vivir siendo indiferentes a todo
aquello que va contra la familia, la educación, el orden natural e incluso el
mismo Dios. La comodidad y la indiferencia han hecho de nosotros católicos
inertes: no podemos molestar al resto “con nuestras verdades”, como si fuésemos
los culpables de que las cosas tengan un orden que no depende de nosotros mismos.
Pero esto no es lo peor. Lo peor es ver a cristianos que creen que la caridad
cristiana es no incomodar al prójimo y abandonarlo a sus ideas, las cuales, aunque
vayan contra el mismo Dios, deben ser respetadas en aras de una falsa prudencia
que nos ha convertido en sal sin sabor, en luz guardada debajo del cajón, en
tropa sin guía.
Pero más allá de esta realidad, volviendo a la
fábula, también en nuestro suelo, como regalo del buen Dios, encontramos a
pájaros cantores que, luego de trinar a voces las verdades, son perseguidos y
muertos por las bestias carroñeras. Cabe resaltar un detalle, no menor, al
mejor estilo Castellani: el bosque fue rescatado por el cantar de un solo pájaro
y no de una bandada. ¿Por qué? Porque la verdad es independiente del número, lo
mismo que el bien. Ambos cautivan y se difunden por ser, simplemente, el bien y
la verdad. Se imponen a cualquier realidad. Esta debe ser nuestra mayor
certeza, por la cual nuestra lucha no ha de tener respiro. Tarea que aunque
ardua no debe cansarnos. Muy por el contrario, hemos de rezar con el Beato
Manuel González que no nos cansemos:
“Sí,
aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque
la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos
calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humanos, aunque vinieran al
suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida!... ¡Que
no nos cansemos!”.
Que nos cansemos de
decir las verdades aunque nos cuesten dolor y trabajo, pues no en vano Santa Catalina les decía a
los Obispos de su tiempo: “¡Basta de
silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo
está podrido!”. Y no podía ser de otro modo. El pedido de la Santa y debería
hacerse eco en los oídos de nuestra jerarquía y también en los nuestros, para
no darnos el más mínimo respiro, para que pensando en este suelo glorioso
nuestra marcha sea una lucha sin tregua, para que tengamos más en claro que, si
marchamos y vitoreamos a voces, las verdades que siempre fueron y que siempre
serán, nos guiarán certeras por el estrecho sendero que lleva a puerto seguro, la
Patria Celeste.
Pero continuemos, queridos lectores, con
nuestra fábula. Narra Castellani que los árboles viejos y algunos de los jóvenes
se desperezaron y custodiaron la voz
de este pájaro cantor en los huecos de sus troncos, hasta que ésta terminó por
ayuntar a las bestias:
“el
canto del pájaro hizo que los árboles se enderezaran y florecieran. Poco tiempo
después llegaron otros pájaros, y su música convocó a las criaturas. Animales
de todas las especies renovaron la inocencia del bosque y le devolvieron su
antiguo esplendor. Aprendieron a mantenerlo sin descuidos y su belleza se
extendió hacia los cuatro puntos cardinales… Porque para estas cosas hemos
nacido, querido lector, aunque parezca fábula”.
Es claro que muchos de
nosotros no nacimos para ser pájaros cantores, pues cada cual ha de tomar el
lugar que le corresponda, ya sea el de decir verdades, ya sea el de conservarlas haciéndolas eco que retumba y se
expande hacia los cuatro puntos cardinales de nuestra amada Argentina. Sin
embargo, a todos toca el que comencemos a tomar conciencia de la herencia
recibida, de todos aquellos dones que gratuitamente hemos adquirido y que no son
otra cosa que el patrimonio cultural y espiritual que nos identifica como
nación. Pues con la herencia de nuestros padres, también nos hemos hecho
portadores de una exigencia y un deber: el de defender ese patrimonio de fe y
cultura, enfrentando las amenazas externas y la descomposición interna.
El recién canonizado
papa Juan Pablo II, en una de sus cartas a los jóvenes escrita con motivo del
año Internacional de la Juventud en 1985, tiene un extenso párrafo donde
analiza la visión cristiana de la Patria. Y nos señala que por nuestra
obligación: “debemos hacer todo lo que
está a nuestro alcance para asumir este patrimonio espiritual, para
confirmarlo, para mantenerlo y para incrementarlo.”
No somos dueños de esta
herencia recibida. Antes bien, nos corresponde ser trasmisores de ella y debe
ser la voz de aquellos centinelas que regaron con su sangre este suelo precioso
la que se haga eco en nosotros a fin de que sea transmitida de generación en
generación. Este ha de ser el canto que ahuyente a las aves carroñeras para que
vuelva a brillar sol, crezcan las flores, se enderecen los árboles, tengan
frutos abundantes y vivan de buena madera.
Por
último, queridos amigos, reivindiquemos el alma de nuestra Patria, como decía
el Padre Alberto Ezcurra, de la mano del poeta que lo sintetiza en la forma de
un Credo:
“Creo en Dios que es el Amor, la Verdad,
la Vida Eterna.
Y en la Argentina integrada por los
hombres y las tierras
que hacen un solo camino bajo una sola
Bandera.
Creo en mi lengua castellana y en la
Iglesia Verdadera,
en los labios de mi madre sobre mi
frente sedienta,
en las manos de mi padre y en el dolor
de su ausencia.
Creo en la mujer que ha sido mi esposa y
mi compañera
Y en la sonrisa de Dios que en mis
labios se refleja.
Creo en el valor del alma y el valor de
la entereza
De quien es fiel a sí mismo y está en
paz con su conciencia.
Creo en los hombres leales que siempre
cruzan su apuesta
cuando se riñe por algo que no admite
componendas.
Y también creo que el hombre tiene
derecho a parcela
en un lugar de su Patria, si se esfuerza
en merecerla.
Y el derecho inalienable de vivir en paz
la tierra
si antes se asumió el deber de dar la
vida por ella
si ello fuera menester, o mejor, cuando
así sea.
Creo en aquél que trabaja detrás de las
causas honestas,
en el que ama a su prójimo y que el
pecado detesta.
En quien arriesga lo propio cuando un
error manifiesta.
Creo que nada es posible si la familia
está enferma,
Y que de hombres viciosos derivan causas
siniestras.
Esta es mi Fe inquebrantable, lo demás
es letra muerta”.
Muy buena compadre!! Lo felicito...
ResponderEliminarFelicitaciones Ramon muy buen texto, gracias por tus reflexiones.
ResponderEliminarLa poesia ultima de quien es?
Muy, pero muy bueno cumpa!! Buena reflexión.. mejor enseñanza.. un abrazo y a seguir luchando por nuestra Patria
ResponderEliminarRamón: Para no cansarnos, un buen ejemplo y una buena plegaria para tener en nuestros labios es la de la Reina Católica Isabel de Castilla. Dicen que siempre rezaba así:
ResponderEliminar"Tengo miedo, Señor,
de tener miedo
y no saber luchar.
Tengo miedo, Señor,
de tener miedo
y poderte negar.
Yo te pido, Señor,
que en Tu grandeza
no te olvides de mí;
y me des con Tu amor
la fortaleza
para morir por Ti".
Muy bueno!!, hacen bien estas palabras de aliento en tiempos difíciles.
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