Por Dolores Argentina
Nuestra
querida ciudad sanrafaelina hace tiempo ostenta una figura típica que irrumpió
en la política argentina desde el advenimiento K, a lo largo y a lo ancho del
país: el representante de los hijos de los desaparecidos locales durante la
última dictadura militar.
Este personaje tipo reúne una serie de características distintivas: se trata generalmente (y lo decimos con mucho respeto, no sea que alguien nos acuse de irónicos) de gente sufrida, de bajas condiciones laborales, democrática y respetuosa del ideario ajeno, perseverante y abnegada reivindicadora de justicia, preocupada por el pueblo y, sobretodo, desinteresada y casualmente kirchnerista.
Este personaje tipo reúne una serie de características distintivas: se trata generalmente (y lo decimos con mucho respeto, no sea que alguien nos acuse de irónicos) de gente sufrida, de bajas condiciones laborales, democrática y respetuosa del ideario ajeno, perseverante y abnegada reivindicadora de justicia, preocupada por el pueblo y, sobretodo, desinteresada y casualmente kirchnerista.
En
nuestra comarca, el tal personaje lleva el castizo y muy católico nombre de
Mariano Tripiana. Pues bien, este varón justo –que cumple a la perfección con
el dechado de virtudes arriba mencionado– es el presidente de la agrupación
HIJOS de San Rafael, activo luchador de los DDHH, principal impulsor de los
juicios de lesa humanidad habidos el pasado año de 2010 y distinguido
protagonista del presente artículo.
Este
señor Tripiana hace no mucho comentaba con su habitual celo apostólico un
artículo publicado en el diario online Mediamza
(http://mediamza.com/lectura.asp?id=80690)
en el cual se denunciaba la represora y criminal existencia del padre Javier
Olivera, residente en San Rafael e hijo del fugado Mayor Olivera. Lo hacía con
la oratoria y el librepensamiento a que nos tiene acostumbrados, diciendo, por
citar un ejemplo, al estimado amigo Fernando Fábregat:
“(…)
ustedes defienden asesinos Genocidas y viven de una secta mintiéndole a la
Gente, como el encubrimiento del cura Reverberi con su sexualidad y violador de
pibes (sic), como todos los curas pedofilos, mejor cállate y dejen de ser tan
hipócritas, ustedes roban en el nombre de Jesús, ustedes son delincuentes como
los asesino militares que vamos a seguir metiendo en cana, como a esa gente que
vos defendes, mejor dejencen de joder ustedes con su dogma que es enfermiso!!!”
Pero
henos aquí que en aquella nota apareció de pronto –cosas de la vida– el incómodo comentario de una tal Marianela Bignert, que retrucaba a nuestro Tripiana del
siguiente modo:
“Mariano
Tripiana y vos qué bases tenés? si querés te las recuerdo… te salvó del hambre
mi tío MILITAR, HUMBERTO MARTÍNEZ (QUE CONTRADICCIONES, NO??? jajaja)… y hasta
hace unos añitos llorabas por el ejemplo que te dio un hombre defensor de la
Patria… pero ahora aparentemente hay mayores beneficios por los que
fervientemente diste vuelta todos tus principios…”
Tal
comentario nos llamó poderosamente la atención, como podrán imaginarse, y
destrozó todos los preciosos y honorables esquemas con que se suele rodear la
figura del tal Tripiana. Para colmo de males, nuestro protagonista
inmediatamente después de tales acusaciones se llamó a silencio y sus
comentarios se extinguieron. ¿Qué significaba esto? ¿Quién era ese tal
Martínez? ¿Militar? ¿Qué significa precisamente eso de “pero ahora aparentemente hay mayores beneficios por los que
fervientemente diste vuelta todos tus principios”? Agobiados por semejantes
dudas, emprendimos de inmediato la búsqueda de respuestas. Si bien no pudimos
dar con Marianela Bignert, fuentes de probada autenticidad (cuya identidad no
vamos a revelar por seguridad) nos relataron una historia que jamás hubiésemos
imaginado…
Francisco "Negro" Tripiana |
Al parecer, Don Mariano Tripiana es hijo de
Francisco Tripiana Funes, alias “el negro”, que fue detenido el 23 de marzo de
1976 y desaparecido ocho días después. Según consta en la página oficial de los
Desaparecidos (http://www.desaparecidos.org/arg/victimas/t/tripiana/), “tenía 33 años”, “estaba casado y tenía un bebé de 8 meses”. Además, “militaba en la Juventud Peronista. Se
dedicaba a la pintura de obras de construcción y era el encargado de pintar en
las paredes de la ciudad las consignas de la organización Montoneros. Era una
persona pacífica”. No sabemos a ciencia cierta qué pueda haber motivado esa
aclaración de pacifismo, pues a todos nos consta que Montoneros era una
sociedad de beneficencia.
Pues
bien, sobre el Negro Tripiana, por honestidad intelectual, no podríamos decir
demasiado. Según parece, fue eficaz y ocultamente ejecutado por las fuerzas de
seguridad sanrafaelinas. No diremos que su ejecución fuera justa porque no nos
consta y porque no pretendemos, ni muchos menos, defender aquí los
procedimientos de tal o cual jefe de policía hasta haberlos constatado. Lo
cierto –y lo que nos interesa– es que su esposa e hijo quedaron, tras su detención,
literalmente en la calle. Tras algunos vaivenes, Beatriz, que tal es el nombre
de la madre de Mariano Tripiana, decidió mudarse con su pequeño hijo a Santa Fe
para probar fortuna. Dos años más tarde, en la ciudad de Venado Tuerto, Beatriz
conoce a un militar retirado de gran vocación y profundo amor por el Ejército
Argentino: el cabo Humberto Martínez. No había pasado mucho tiempo cuando el
militar se juntó con la viuda de Tripiana y los acogió en su casa. Teniendo en
cuenta que Mariano tenía 8 meses cuando su padre biológico desapareció,
podríamos decir que efectivamente fue el cabo Martínez quien lo educó y crió como
a un hijo. Y no sólo a él, sino también a sus varios hermanastros, frutos de la
unión entre el militar y la madre de Mariano. Martínez se había jubilado en el
’73, mucho antes del golpe, durante el 3er gobierno de Perón. Hombre sencillo,
humilde y profundamente patriota, educó a sus hijos en el amor a la Patria y a
las fuerzas armadas.
Transcurrieron
los años y cuando ya Mariano comenzaba a emprender la vida por cuenta propia,
murió su padrastro. Mucho lloró el hijo del Negro Tripiana su fallecimiento.
Sin embargo, bien poco caló su alma esta desgracia, pues no mucho tiempo
después le llegó del gobierno de la Nación una envidiable oferta: trabajo,
pensiones y liderazgo político si accedía a “narrar la historia de su padre” y
a “abogar por la causa de los treinta mil”. Es así que de la mano de los
Kirchner, Mariano Tripiana volvió a San Rafael, consiguió un muy buen puesto de
trabajo en el Banco Nación, fue retribuido con cuanta indemnización y pensión
pueda imaginarse y se constituyó en tiempo récord en una de las personalidades
políticas más sobresalientes de nuestra ciudad. Tantos beneficios juntos y de
golpe debieron afectarle profundamente, pues se vio aquejado por una curiosa “amnesia
selectiva”: de la noche a la mañana olvidó que había tenido un padrastro, que
había sido educado en el amor a la patria y que precisamente había sido un
militar quien lo había sacado de la calle y rescatado del hambre. Según parece,
la verdadera historia de su niñez no coincidía con los requeridos parámetros
del “hijo de desaparecidos” y debió acomodarla un poco. A partir de entonces,
comenzó a narrar el cuento que todos conocemos y que cualquiera puede constatar
en la entrevista que el Sr. Martín Rostand –otro muy católico varón– le hiciera
el 24 de marzo de 2011 (http://www.mdzol.com/nota/281699/).
En ella, nuestro protagonista cuenta, por ejemplo, la conmovedora historia de
su difícil niñez:
Mariano Tripiana |
“Iba a la escuela con mi mamá, me faltaba la imagen que otros tenían. Lo que siempre me quedó muy grabado era cuando yo iba a jugar, la canchita de barrio, que ahora eso se ha perdido, que iba a jugar a la cancha y que faltaba esa figura, que te fueran a buscar. Pegabas y venía el padre de otro a decir “por qué le has pegado” y por ahí a mí me pegaban una cachetada y no había nadie. Y no es para victimizarme, no lo uso para eso, pero mi viejo me faltó y fue algo muy importante y voy reconstruyendo en la vida de los militantes que estuvieron con él, quién era mi viejo”.
La
mentira descuella sin pudor en cada una de sus palabras. La pregunta obligada
viene a nuestra mente: ¿cómo puede un hijo olvidar al padre que lo crió, educó,
alimentó, vistió y acobijó durante años por meros intereses políticos del
presente? Se nos dirá que el tal Martínez era militar y representaba todo ese
bagaje de ideas que “asesinó” a Francisco Tripiana. Tampoco es cierto. Martínez
no era marxista, ciertamente, pero tampoco era un representante del liberalismo
aramburista que gobernó tiránicamente la Argentina después del golpe del ’55 y
al que pertenecía la cúpula militar que rigió desde el ‘76. Lejos de eso,
Martínez era un militar de bajo nivel económico que pertenecía al bando “peronista”
del ejército. Además, se retiró en el año 1973 y no tuvo en absoluto ninguna
participación en el Proceso de Reorganización Nacional. ¿Por qué entonces tal
desprecio? ¿Cómo se explica tamaña ingratitud? ¿No era también peronista el
movimiento montonero? ¿No es peronista el kirchnerismo? El problema aquí no es
de pensamiento, puesto que exactamente eso es lo que falta: el kirchnerismo marxista
que nos gobierna guarda un rechazo absoluto y epidérmico hacia cualquier cosa
que represente orden, milicia y tradición. ¿Cómo explicar sino semejante
vejación contra la memoria de un hombre que se preocupó por una mujer y un niño
necesitados, les dio de comer y les brindó un techo? ¿Qué necesidad había de
mentir así? ¿Dónde queda toda la fanfarria populista y solidaria cuando la
realidad de los hechos dice lo contrario?
“A
los 12 años salí a trabajar a la calle. Primero fui a un horno de ladrillo,
después salí a vender escobas, a veces dormía en las estaciones de tren con las
escobas al lado. Yo vivía en Venado Tuerto, Santa Fe, nos habíamos ido porque
mi vieja fue muy discriminada por la sociedad de aquella época acá en San
Rafael (…). Me fui a Venado Tuerto a los 10 años y allá empecé a trabajar (…).
Mi preocupación era cómo “parar la olla” todos los días y fue algo que con el
tiempo dije “si hubiese estado mi viejo hubiera aprendido otras cosas” (…). Yo
estaba totalmente en desacuerdo con la política, para mí en aquel momento la
política era sinónimo de traición, porque mi vieja quedó sola, en la calle. Hoy
escucho gente hablar que son “grandes progres de la política” y digo “mi vieja
se la tuvo que bancar sola y ninguno de ellos estuvo nunca”.
La
fábula es realmente conmovedora y emocionante. Lástima que sea una completa farsa.
Bien merecido tendría este ingrato hijo de la mentira figurar en el cuadro de
honor de los grandes novelistas mundiales, si por lo menos tal historia fuera
un invento suyo. Pero el típico cuento del niño vagabundo y falto de figura
paterna –¿es casualidad que reclamen ahora figura paterna los mismos que
propugnan la adopción de niños por uniones de lesbianas o es puro oportunismo
político?– no puede terminar sin un final feliz. Y nos refiere Mariano que fue
el kirchnerismo la luz venida de lo alto que “cambió su vida”.
“Una
noche sonó mi teléfono y era una llamada de la Presidencia de la Nación para
pedirme que estuviera presente en un acto que se iba a hacer en San Rafael y en
el que se iba a homenajear a los desaparecidos (…). Todo eso fue cuando la
visita de Néstor en el 2006. Nos llevaron al acto y nos ubicaron junto a otros
familiares de desaparecidos y cuando terminó el acto, Néstor se me acercó y me
dio un fuerte abrazo, nos abrazó a los dos con mi esposa y detrás de él llegó
Cristina que no pudo aguantar el llanto y ahí lloramos todos juntos”.
Obsecuente
y canallescamente recitado. Pero “el relato” no acaba ahí y nuestro personaje
continúa con sus loas a la “década ganada” hasta naufragar en el más ancho mar
de estupidez y desvergüenza…
“Soy
kirchnerista. Y no porque me hayan dado un trabajo, sino porque este gobierno
trajo políticas de Estado que beneficiaron a mucha gente (…). Yo creo que
tenemos que tener memoria de cómo estábamos en aquella época y cómo estamos hoy
(¡!) (…). Hay que ver que hoy los chicos que antes estaban en las esquinas
tomando cerveza, hoy están con sus netbooks chateando y viviendo una cultura
diferente”.
Cualquier
maestro de escuela podría explicarnos exactamente cuál es esa “cultura
diferente” que vive hoy en día la juventud argentina. Cualquier profesor de
secundario nos señalaría que si antes los chicos tomaban cerveza en la esquina,
hoy se drogan dentro de las aulas. Cuando tan tercamente se insiste en imponer
un esquema de ideas a una realidad que expresa lo diametralmente contrario,
puede que se deba a dos razones: oportunismo político o chifladura ideológica.
Aquí parece haber un poco de las dos.
Así
pues, tal es Mariano Tripiana, presidente de la agrupación HIJOS de San Rafael
e hijo del desaparecido Francisco “Negro” Tripiana Funes. Una vez más, no todo
es como se lo pinta…
Los
dejo con las últimas palabras de la entrevista ya citada, en las que nuestro
personaje repite el juego, ahora con mayor desvergüenza.
“Estas fechas me mueven
mucho, y lo que más me duele es pensar cómo lo deben haber matado a mi viejo… (un
llanto ahogado le impide seguir el relato, pero se recompone y continúa)…
muchas veces en mi soledad como hijo lo pienso, y me duele…, mucho… Yo siempre
me imagino lo que debe haber sido la lucha de mi vieja, imagináte, hoy mi vieja
tiene 62 años, lo que a ella le debe haber tocado vivir en absoluta soledad”.